
El pasado 23 de febrero, sin duda, quedará marcado en la caótica y no menos compleja historia política argentina. Podría ser recordado como el día en que, según nuestro flamante presidente, degenerados fiscales se resistieron a las medidas tomadas por el nuevo gobierno central.
A través de un provocativo aviso, posiblemente acordado previamente en el ámbito político, el gobernador de la Provincia de Chubut, Ignacio Torres, advirtió que interrumpiría la salida de petróleo y gas de la provincia si el Ministerio de Economía de la Nación «insistiera en retener de manera indebida la mitad de la coparticipación» que, según él, le corresponde a su distrito.
Incluso lanzó una particular condición: «Si para el miércoles no nos quitan la pata de encima, no va a salir un barril más de petróleo de Chubut para la Argentina. Y ahí te quiero ver». Además manifestó a través del título LAS PROVINCIAS UNIDAS DEL SUR, que «las provincias son preexistentes a la Nación y merecen respeto. Nadie puede someterlas ni extorsionarlas con amenazas de restricción de fondos públicos que les pertenecen por derecho propio».
La posición del gobernador fue respaldada públicamente unas horas después por el resto de los mandatarios patagónicos y demás gobernadores, promulgando un comunicado conjunto en el que alertaron que si la Nación no le entrega los mentados fondos, estos apoyarían la decisión de Torres de «no entregar su petróleo y su gas».
Nuestro presidente no tardó en tomar represalias, no solo mediante un comunicado desde la Oficina del Presidente, sino que no abandonó su estilo disruptivo y twittero, que fue lo que lo llevó al famoso y honorable sillón de Rivadavia. Puede resumirse su reacción con un maravilloso final en el que expresa; “se le comunica al gobernador Torres que no existe la necesidad de que ponga ningún plazo de tiempo para llevar a cabo su plan de extorsión. Proceda con su amenaza de inmediato y hágase cargo de las consecuencias en la Justicia”.
Javier una vez más vuelve a mostrar una actitud que confirma su lucha contra la casta y su correlativo plan motosierra, ya que ha tomado medidas que reflejan una drástica y dura reducción de gastos en concordancia con el lema de campaña y asunción «no hay plata».
Los acontecimientos no pasaron desapercibidos; por el contrario, generaron euforia en las redes sociales y el polémico comunicado no dejó de ser visto por los leales seguidores libertarios como una amenaza tildada de chavista, y como un inútil e incluso desesperado intento por mantener privilegios.
Una vez más, Milei parece sumar otro fracaso frente a la dirigencia política provincial, pero al mismo tiempo importarle un gran triunfo ante gran parte de su electorado al que se debe, el cual no deja de fascinarse por el cumplimiento de tantas promesas de campaña. ¿Una de ellas? Evidenciar el famoso “curro” y a quienes se resisten a eliminarlo.
La partidocracia argentina pende de un hilo, y los sucesos políticos no hacen más que agravar su situación. Gobernadores que hoy apoyan a “Nachito” Torres, supieron mostrarse como aliados de Milei, como Jorge Macri, Valdés, Frigerio y Cornejo. Por otro lado, nos encontramos con Patricia Bullrich, que inmediatamente se mostró leal a la posición adoptada por el presidente, pero aquí surge el mayor interrogante: ¿qué rol juega o jugará Mauricio Macri? ¿Qué pasó con el pacto de Acassuso? ¿Estamos acaso ante una señal de quiebre?
Aun así, los hechos son más relevantes de lo que parecen, sacuden el tablero político argentino, e indudablemente darán un giro radical a lo que resta de gobernabilidad. Si tenemos en cuenta que la partidocracia, tal como la conocemos, ha sido el motor impulsor que lleva a la consagración de acuerdos en contadas ocasiones, pero su lado negativo genera cierto temor, ya que así como una conspiración interna puede salvar un gobierno, de la misma manera lo puede derrocar.